La Casa Atreides by Brian Herbert

La Casa Atreides by Brian Herbert

autor:Brian Herbert [Brian Herbert y Kevin J. Anderson]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9788466343329
editor: Penguin Random House Grupo Editorial España
publicado: 2017-05-18T00:00:00+00:00


La historia ha sido pocas veces clemente con aquellos que han de ser castigados. Los castigos de las Bene Gesserit son inolvidables.

Máxima Bene Gesserit

Una nueva delegación Bene Gesserit, que acompañaba a Gaius Helen Mohiam, llegó a Giedi Prime. Mohiam, que acababa de dar a luz a la hija deforme del barón Harkonnen, se encontró por segunda vez en la fortaleza del barón en el lapso de un año.

Esta vez llegó de día, aunque la capa de nubes y las columnas de humo que se elevaban de las fábricas carentes de filtros dotaban al cielo de una apariencia enfermiza, que apagaba hasta el último rayo de sol.

La lanzadera de la reverenda madre se posó en el mismo espaciopuerto de la vez anterior, con la misma solicitud de «servicios especiales». Pero en esta ocasión el barón se había jurado que las cosas serían muy diferentes.

Un regimiento de soldados salió al encuentro de la lanzadera, en número más que suficiente para intimidar a las brujas.

El burseg Kryubi, antiguo piloto en Arrakis y ahora responsable de seguridad de la Casa Harkonnen, se plantó ante la rampa de desembarco, dos pasos por delante de sus soldados. Todos iban uniformados de azul, color reservado para las recepciones oficiales.

Mohiam apareció en lo alto de la rampa, envuelta en su hábito y flanqueada por acólitas, guardias personales y otras hermanas. Frunció el entrecejo con desdén al ver al burseg y a sus hombres.

—¿Qué significa esta recepción? ¿Dónde está el barón?

El burseg Kryubi la miró.

—No intentéis utilizar vuestra Voz manipuladora conmigo, o se producirá una reacción desagradable por parte de mis hombres. He recibido órdenes de que sólo vos podréis ver al barón. Ni guardias, ni sirvientes ni acompañantes. —Señaló a las personas que aguardaban detrás de ella—. Nadie más podrá entrar.

—Ridículo —replicó Mohiam—. Exijo cortesía diplomática oficial. Todo mi séquito ha de ser recibido con el respeto que merece.

Kryubi no se inmutó. «Sé muy bien lo que desea la bruja —había dicho el barón—. Si cree que puede venir aquí cada vez que esté en celo, está muy equivocada», fuera cual fuera el significado de esas palabras.

El burseg la miró sin pestañear.

—Petición rechazada. —Le asustaban más los castigos del barón que las artes de aquella mujer—. Sois libre de marcharos si las condiciones no os satisfacen.

Mohiam resopló y bajó por la rampa tras dirigir una fugaz mirada a sus acompañantes.

—A pesar de todas sus perversiones, el barón se muestra muy mojigato —ironizó, más para los oídos de los Harkonnen que para los suyos—. Sobre todo en lo tocante a cuestiones de sexualidad.

La referencia intrigó a Kryubi, que no había sido informado de la situación, pero decidió que era mejor desconocer ciertas cosas.

—Dime, burseg —dijo la bruja con tono irritado—, ¿cómo sabrías si utilizó la Voz contigo?

—Un soldado nunca revela sus defensas.

—Entiendo. —El tono de la mujer era sensual.

Kryubi no se sintió impresionado, pero se preguntó si su farol había funcionado.

Aquel estúpido soldado lo ignoraba, pero Mohiam era una Decidora de Verdad, capaz de reconocer matices de falsedad y engaño.



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